Israel convierte en un calvario cruzar a Jerusalén para rezar en el Ramadán más triste | Internacional

Viernes, 04.11 de la mañana. Los sanitarios palestinos frente al puesto de control militar israelí de Qalandia, entre Ramala y Jerusalén, apuran los últimos cigarrillos, cafés y bocadillos de falafel porque en pocos minutos comenzarán el ayuno de Ramadán y saben, por experiencia, que necesitarán mucha energía. Como es el rezo más importante de la semana, las multitudes se apelotonan durante horas en el paso ―en ayunas― a la espera de que los policías de fronteras israelíes les permitan cruzar a Jerusalén para rezar en la Explanada de las Mezquitas, el lugar más sagrado en el islam después de La Meca y Medina. Por ello, se pasan el día atendiendo lipotimias, caídas o peticiones de sillas de ruedas o andadores. Siete horas más tarde, los mismos sanitarios conversan ociosos: son muchos para tan poca labor.

Para prevenir ataques en un momento tan caliente, Israel ha endurecido los requisitos para obtener el permiso especial de acceso por Ramadán. Solo ha concedido 10.000, para tres millones de cisjordanos. Dos nuevas medidas dejan desde primera hora a muchos en la puerta. Los únicos hombres y mujeres que pueden pasar (mayores de 55 y 50 años, respectivamente) necesitan esta vez un permiso que se obtiene a través de una aplicación en el móvil. Y las mujeres ya no pueden acceder sin restricción de edad. El resultado: cada pocos minutos algún adulto cruza de vuelta el umbral de hormigón y cientos de mujeres esperan durante horas a que cambie su suerte, algunas porque desconocían la nueva norma; otras, como forma de protesta. Para los policías de fronteras israelíes que vigilan el proceso, todo es un aburrido y molesto trámite administrativo.

Un anciano descansa sobre una piedra frente a uno de los accesos al puesto de Qalandia.Antonio Pita

Haline Salam, de 68 años, y su esposo 10 años mayor pasaron sin problema los primeros portales de hormigón, donde les preguntan la edad. En el segundo control debían mostrar una tarjeta electrónica y el permiso especial que se solicita a través del móvil. Los emite el COGAT, el organismo del Ministerio de Defensa israelí que gestiona los asuntos civiles de los palestinos en Gaza y Cisjordania. “Yo soy una persona mayor y no sé qué es una aplicación ni a qué se refiere con la tarjeta electrónica”, dice más resignado que contrariado. “Solo queríamos rezar y volver, nada más. Y nos han parado. No entiendo qué permiso quieren si tengo el documento de identidad. Pensé que nos dejarían pasar, como el año pasado”, añade sin alzar la voz.

La falta de información ―sobre todo en edades en las que pocos manejan internet o tienen teléfonos inteligentes― sale cada poco a la luz. “Ni siquiera me han dado una razón para cerrarme el paso. De lo que tenía entendido, como tengo más de 55 años (63), bastaba con venir y ya”, cuenta Said Shimnawi, que se ha desplazado desde la ciudad más al norte de Cisjordania, Yenín. “Soy musulmán y quería ir a rezar. No he estado nunca en la cárcel. ¿De qué soy culpable? Se nos acusa de querer ir a rezar”, añade con la alfombra de oración en la mano.

Haline Salam, de 68 años, a la izquierda, tras ser rechazada con su marido en el puesto de Qalandia, este viernes.
Haline Salam, de 68 años, a la izquierda, tras ser rechazada con su marido en el puesto de Qalandia, este viernes.Antonio Pita

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Cada caso es un mundo. Salah Yabarin, de 67 años, no tiene el permiso porque borró la aplicación del COGAT (necesaria para gestionar los permisos para trabajar, ir a un hospital o visitar un familiar) al comenzar la guerra en Gaza, convencido de que Israel la usaría para espiar su teléfono. Suna Mustafa, de 51, es muy consciente de que no cumple los requisitos, pero confía (“Si Dios quiere”, repite sin cesar) en cruzar a Jerusalén porque “Alá es misericordioso” y porque la Explanada alberga bajo una famosa cúpula dorada la roca donde Mahoma concluyó un importante episodio del Corán: su viaje nocturno a lomos de una mágica criatura alada llamada Buraq. “Este Ramadán no tiene alma”, lamenta.

Algunos conductores hacen su agosto con las restricciones. Ofrecen plazas en los asientos de su coche o su minibús para llegar a Jerusalén a través de Hizme, un puesto de control más lejano que suelen emplear los colonos judíos de la zona. Qalandia está dentro del término municipal de la ciudad porque Israel lo amplió de seis a 76 kilómetros cuadrados al conquistar Cisjordania en la Guerra de los Seis Días de 1967. Por ello, sus residentes y los de otros vecindarios a este lado del muro de separación tienen matrícula amarilla (la misma que los israelíes) que les permite utilizarlo. Y, a veces, algunos soldados ―compinchados o sobornados― hacen la vista gorda sobre los acompañantes.

Una multitud de palestinos espera a cruzar el puesto de control militar israelí de Qalandia, para rezar en la Explanada de las Mezquitas en el primer viernes del mes sagrado de Ramadán.
Una multitud de palestinos espera a cruzar el puesto de control militar israelí de Qalandia, para rezar en la Explanada de las Mezquitas en el primer viernes del mes sagrado de Ramadán.Antonio Pita

A las 03.30 ya se veía a algunos afortunados con matrícula amarilla camino al cruce de Hizme para llegar a la primera oración, casi una hora más tarde. Los escasos cisjordanos con permiso (4.500 hombres, el mismo número de mujeres y 1.000 niños) no pueden. Solo es válido de 04.00 a 17.00. También se pierden el último rezo del día y la posibilidad de quedarse a dormir, que sí tenían el año pasado y es costumbre en los últimos días.

Todos coinciden en que es el Ramadán más triste, por la situación en Gaza, donde la invasión israelí ha dejado ya más de 31.000 muertos (algunos, familiares o conocidos), una crisis humanitaria y destrucción generalizada.

Por eso, como muchos otros, Dalal Etsharaf no ha puesto la decoración de costumbre. Salió con su marido a las 03.00 de su ciudad, Tubas, y llegan al paso cuando aún no ha despuntado el alba. “A esta hora ya había aquí una multitud el año pasado; este está vacío”, lamenta. Como han hecho los deberes y superan la edad mínima, cruzan. Pero este año, solos. Los tres anteriores iban acompañados de sus hijas de 17 y 20, que esta vez tienen vetado el paso, explica.

Sus caras no muestran el ambiente festivo de estas fechas. “Lo de Gaza nos ha influido a todos en nuestros corazones”, admite Dalal. “El año pasado teníamos pasión, lo celebrábamos. Este es un Ramadán doloroso, el que más, viendo toda la gente que muere y pasa hambre en Gaza. Nos sentamos en la mesa para el iftar [la comida de ruptura del ayuno] y estamos hasta tristes, pensando en tantos que no pueden ni beber en Gaza”.

Una multitud de agentes acompaña con rostro grave al responsable del operativo policial, el comandante del distrito de Jerusalén, Doron Turgeman. Hay 3.000 efectivos desplegados con motivo del Ramadán, en el que Hamás había llamado al resto de palestinos a movilizarse, pero está transcurriendo en paz. El ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, quería cero permisos para cisjordanos y hasta impedir el paso a ciudadanos israelíes de religión musulmana, pero el primer ministro, Benjamín Netanyahu, no dio ese paso.

Las fuerzas israelíes están tensas. Uno de los sanitarios, Ahmad Abu Taher, responsable de ambulancias en la Sociedad de la Vida Palestina, explica que el año pasado cualquiera de su equipo podía entrar al cruce para ayudar a ancianos y discapacitados con la silla de ruedas. “Hoy solo están dejando a uno y le amenazan con no salir en menos de tres minutos”, señala. “De todos modos, hay menos gente a la que ayudar”.

El coordinador del operativo policial y comandante del distrito de Jerusalén, Doron Turgeman (a la izquierda), en Qalandia, este viernes.
El coordinador del operativo policial y comandante del distrito de Jerusalén, Doron Turgeman (a la izquierda), en Qalandia, este viernes.Antonio Pita

Una de las entradas (junto a las antiguas y famosas pintadas con los rostros de Yasir Arafat y el preso más popular, Marwán Barguti) está destinada solo a personas con dificultad de movimientos, pero decenas de mujeres se apelotonan igual a la entrada. Un policía de fronteras coloca una valla entre las barreras de hormigón, por si acaso. En un segundo acceso, con los portones cerrados y ni rastro de alguien para abrirlos, otras decenas leen el Corán o rezan con un anillo que usan como versión digital del tradicional rosario musulmán.

Fatma Abu Daer es una de ellas. Tiene 24 años, sabe que no cumple los requisitos y confiesa ―medio orgullosa, medio preocupada― que su familia ignora dónde está ahora mismo. Cuenta que el año pasado se operó de las dos caderas y este año es triplemente importante para ella rezar en Jerusalén: agradecer a Dios que salió bien la operación, pedirle ayuda con su enfermedad y “rogar por la gente de Gaza”. Mazan Dawabshe tiene la misma edad, lidera un grupo que ha viajado desde cerca de la ciudad de Nablus y apela a la paciencia: “Sacrificamos horas aquí, lo que no es nada comparado con los gazatíes, que se sacrifican con su sangre. Es lo mínimo que podemos hacer”.

Una mujer reposa ante uno de los accesos. En el fondo, pintadas con los rostros de Yasir Arafat y Marwán Barguti.
Una mujer reposa ante uno de los accesos. En el fondo, pintadas con los rostros de Yasir Arafat y Marwán Barguti.Antonio Pita

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