De los niños alcanzados por un francotirador israelí que el equipo de la doctora Fozia Alvi vio durante la última estancia de esta médico en Gaza, solo dos estaban aún vivos. Sería más exacto decir que su corazón aún latía. Les habían disparado en el cerebro, recuerda por teléfono desde Canadá. Yacían “como vegetales” en el Hospital Europeo, en el sur del territorio palestino, conectados a un respirador. “Tendrían 11 o 12 años”, dice esta sanitaria que en febrero pasó dos semanas trabajando en la Franja. Solo esos dos niños seguían con vida porque los disparos de un francotirador en el cuerpo menudo de un niño son casi siempre una condena a muerte, explica la doctora. Es casi imposibles sobrevivir “a heridas semejantes”. La mayoría de esos menores heridos en Gaza “no llegan al hospital. Mueren en el acto y sus familiares los entierran inmediatamente”.
Las muertes de niños en posibles ejecuciones extrajudiciales por francotiradores no son una de las principales causas de fallecimiento de los 14.000 menores que, según Unicef, han perecido en los siete meses que dura ya la guerra de Gaza, más de un tercio de las casi 35.000 víctimas mortales del conflicto que calcula el Ministerio de Sanidad del territorio gobernado por Hamás. La mayoría de esos niños han perecido por los bombardeos y las explosiones, según Naciones Unidas y ONG como Médicos sin Fronteras (MSF). También sepultados por los edificios destruidos, por traumatismos graves, por metralla penetrante, por las quemaduras, las infecciones y por pura hambre, a causa de las graves restricciones de Israel a la entrada de alimentos en el territorio. De los 32 casos de muertes por desnutrición que denunciaron a inicios de abril las autoridades sanitarias de la Franja, 28 eran menores. Casi la mitad de los 2,3 millones de gazatíes tiene menos de 18 años. La de Gaza es, para Unicef, “una guerra contra los niños”.
Las víctimas infantiles de francotiradores son una “nueva tendencia”, explica por teléfono desde Francia Marie-Aure Perreaut, coordinadora de emergencias de MSF. Una siniestra novedad que, de confirmarse, constituiría otro crimen de guerra que se sumaría a la larga lista de los que ya se sospecha que Israel ha cometido y que han llevado al Tribunal Internacional de Justicia de la ONU a considerar “plausible” que ese país esté cometiendo un genocidio en Gaza. Los niños encarnan la esencia de un civil. Así lo consideran los Convenios de Ginebra, que les conceden una protección general, por su condición de civiles, y otra reforzada, por formar parte de un colectivo vulnerable.
En el discurso oficial israelí, los muertos en el enclave, o son “terroristas”, o se engloban en el eufemismo de los “daños colaterales”, sin tener en consideración su edad. Tanto el ejército israelí como el Gobierno de ese país han afirmado en sucesivas ocasiones estar haciendo “todo lo posible” para reducir al mínimo las muertes de civiles en Gaza y desmentido sistemáticamente los ataques contra ellos. Sin embargo, a mediados de febrero, un grupo de expertos de la ONU acusó al ejército de ese país de atacar a civiles palestinos, incluidos menores, incluso mientras trataban de escapar de las zonas de combate ondeando banderas blancas. El 14 de octubre, el jefe del Estado israelí, el presidente Isaac Herzog, dijo en una conferencia de prensa que “no había civiles inocentes en Gaza”.
Los testimonios que indican que los militares israelíes podrían estar disparando de forma intencionada contra niños en Gaza —o al menos que abren fuego contra multitudes en las que hay menores— abundan. Primero, de los propios palestinos, pero también de los médicos que han tratado a estos niños. Como la doctora Alvi, que cree que “la hipótesis más probable” es que los dos niños heridos por francotiradores que vio en su misión en Gaza fueran tiroteados a propósito. Para empezar, señala, por la precisión de unos disparos que entraron y salieron “limpiamente” de los cráneos de los pequeños. También porque ambos menores habían sido alcanzados en el cerebro. “Hay que apuntar muy bien para disparar a una persona y acertar en el corazón o en la cabeza”, asegura.
Otro elemento que hace pensar que esos disparos podrían constituir ejecuciones extrajudiciales es que los niños heridos por francotiradores, cuando llegan vivos al hospital, lo hacen en grupos. No se trata de un único menor, sino de varios, tiroteados además en los mismos lugares y asesinados a menudo con un único disparo. El cirujano plástico y reconstructivo estadounidense Irfan Galaria, que también trabajó en el Hospital Europeo de Gaza, relató en el diario Los Angeles Times cómo un grupo de padres llegó a urgencias con sus hijos heridos de bala. Eran pequeños, algunos de 5 años. Sus familias trataban de regresar a sus casas de la localidad meridional de Jan Yunis cuando fueron heridos. Todos, sin excepción, relata el médico, tenían un disparo en la cabeza. Ninguno sobrevivió.
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“Algunos de los mejores tiradores del mundo [los israelíes] no disparan por accidente a un niño dos veces en la cabeza y otra en el abdomen”, resumió en abril al medio Democracy Now, poco después de volver de Gaza, el cirujano estadounidense Mark Perlmutter. Este médico aludió a la “abrumadora impresión” que tuvo de que Israel está cometiendo “un genocidio” en el territorio palestino. Si se demuestran estas ejecuciones de niños a sangre fría—incluso hay casos de bebés de meses— se confirmaría la deshumanización de los palestinos por parte de Israel, cuya demostración última para las organizaciones humanitarias son los casi 35.000 muertos en el enclave.
Dolor y muerte
En esta guerra en la que Israel, además de matar a esos al menos 14.000 niños, ha herido a otros 12.000, según Unicef, la muerte atroz pero sin dolor que tuvieron esos menores víctimas de francotiradores se antoja casi clemente; un mal menor frente a la agonía que padecen a menudo los niños que perecen en los bombardeos; por las explosiones, la metralla, las amputaciones y quemaduras que los médicos consultados para este reportaje describen como “inimaginables”. Algunos de esos menores mueren tras sobrevivir brevemente al impacto de misiles y bombas no guiadas de hasta 900 kilogramos de peso. Y lo hacen sin morfina y sin analgésicos. La práctica destrucción del sistema sanitario gazatí y las restricciones de Israel también a la entrada de anestésicos, analgésicos y otros medicamentos los condenan a veces a expirar sin que nadie pueda aliviar su dolor.
Tanja Haj-Hassan es una intensivista pediátrica que participó en marzo en una misión médica de la ONG Medical Aid for Palestinians en uno de los pocos hospitales que siguen funcionando en la Franja, el Mártires de Al Aqsa, en Deir al Balah, en el centro del territorio. La pediatra cree que los menores “son, de una forma u otra, un objetivo en esta guerra”, no solo por los niños muertos, o por los que sufren secuelas físicas. Incluso los menores que hasta ahora han salido físicamente indemnes, presencian lo que define como “el horror”. Sobre todo los que han sobrevivido a los bombardeos.
“Todos los casos eran horribles”, recuerda la pediatra. “Recibimos a un niño al que le habían volado parte de la cara. Su hermana estaba en la cama de al lado pero él seguía preguntando ‘¿Dónde está mi hermana? Tenía el 96% del cuerpo quemado y estaba tan desfigurada que el niño no la reconocía. Sus padres y todos sus otros hermanos habían muerto en el mismo ataque. Esa hermana murió dos días después. Cuando lo vi al día siguiente me dijo que tenía la sensación de que yo no le había dicho que toda su familia había sido asesinada: ‘Ojalá hubiera muerto yo también’, exclamó. Cuando eres un niño, es imposible asimilar que todas las personas que amas han muerto”, relata esta pediatra.
El impacto en la salud mental al que alude esta doctora es la herida invisible que marcará a las generaciones más jóvenes de Gaza en un conflicto que está batiendo récords respecto a los crímenes contra la infancia.
Uno es el de menores mutilados. Solo hasta enero, un millar de niños había sufrido la amputación de uno o varios miembros, según Unicef. A veces “sin anestesia”, confirma por WhatsApp desde Gaza el intensivista gazatí Mohammed El Najjar. El cirujano mexicano Aldo Rodríguez describió en enero casos de bebés de un año amputados a la altura de la ingle, en un testimonio divulgado por MSF. Otros niños han quedado ciegos y desfigurados por la metralla y las quemaduras.
Los médicos que trabajan en Gaza son testigos de este dolor. Los sanitarios gazatíes lo sufren además en carne propia. Como el doctor Najjar. Este médico cuenta cómo uno de sus pacientes, de siete años, “con quemaduras de tercer grado”, se despertaba por la noche llorando: “Decía ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!”, recuerda. El doctor no tenía analgésicos. La peor experiencia que ha vivido este especialista llegó cuando, un día, mientras estaba de guardia, su hija de 14 meses ingresó con una grave herida en el cráneo. Israel había bombardeado su casa.
En Gaza, los niños no solo mueren. A veces lo hacen sin nombre. Hay niños que han llegado moribundos a los hospitales después de que un bombardeo matara a toda su familia y a sus vecinos; a todos quienes conocían su identidad. Después han sido enterrados en fosas comunes.
En Gaza hay quien piensa que esos niños que yacen en tumbas sin nombre están entre los afortunados: ya no sufren. Muchos de los menores que sobreviven a los ataques se quedan solos. Como una bebé de siete meses a la que llevaron a las urgencias del hospital Al Aqsa, “envuelta en una manta llena de sangre, orina y heces, con quemaduras y un trozo del cráneo arrancado”, recuerda Marie-Aure Perreaut. Un bombardeo israelí había matado a 30 miembros de su familia. En la Franja hay 17.000 niños separados de sus familias, según un cálculo de Unicef, una parte de ellos porque se han quedado huérfanos. Algunos de estos menores sobrevivieron a los ataques israelíes pero con graves secuelas. Aldo Rodríguez, el cirujano de MSF, recordaba haber visto a esos niños amputados “solos y desolados”, que se quedan en los hospitales tras ser dados de alta porque “no tienen adónde ir”.
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